Prêmio Nobel de Literatura para Vargas Llosa

Por Idelber Avelar

A Revista Eñe, caderno cultural do Clarín, me pediu um texto sobre o Prêmio Nobel para Mario Vargas Llosa. Minha intenção era traduzi-lo ao português para os leitores do blog mas, dado o avançar da madrugada, vai em castelhano mesmo. Façam o esforço aí.

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A la Academia Sueca le gustan las simetrías simbólicas en sus premiaciones, lo que no quiere decir, desde luego, que ellas tengan algo que ver con la literatura. En el panteón del Nobel, para cada Gabriel García Márquez, hay un Octavio Paz. Para cada José Saramago, hay un Mario Vargas Llosa. La oscilación es tan previsible que resulta difícil adjudicarle buena fe a las declaraciones del escritor peruano, de que no se consideraba parte del identikit del Nobel, por sus supuestas “posiciones incómodas”. Es bien sabido que también la incomodidad, en sus varias versiones, ya es una cuota que se reparte salomónicamente en Estocolmo. Ahora le toca el premio al gran portavoz de la derecha neoliberal, quizás el último escritor latinoamericano de alguna importancia a mantener la creencia en la redención por las letras, en lo literario como instrumento de ilustración y modernización de la cultura.

Lo mejor de la obra de Vargas Llosa — sin duda, sus cuentos y novelas juveniles — es una lograda autopsia de una masculinidad en ruinas. Tanto en la novela La ciudad y los perros como en los cuentos de Los jefes se instala el drama del Bildungsroman en suspenso, interrumpido, incapaz de trascender la circularidad de los ritos adolescentes de iniciación. El tema de Vargas Llosa no dejará de ser éste, aunque la “maduración” del escritor pondrá en escena el traslado de esa lógica adolescente al campo de la política.

Vargas Llosa aún produce dos magníficas obras en los sesentas, La casa verde y Conversación en la catedral. Ambas, especialmente la primera, son hitos en la incorporación de las técnicas de vanguardia a la novelística latinoamericana: el monólogo interior, la multiplicidad de voces y registros narrativos, la quiebra de la linealidad temporal. Vargas Llosa sería uno de los más eufóricos en el gesto que caracterizaría el boom de los años sesentas, a saber, la asociación entre dichas técnicas y una presunta puesta al día de la literatura latinoamericana, proceso al cual algunos llegarían a atribuir un potencial redentor, sustitutivo de nuestro retraso social y económico.

Algo ya se notaba en La guerra del fin del mundo, uno de los pocos relatos genuinamente reaccionarios sobre Canudos, pero cuando Vargas Llosa escribe Historia de Mayta, su obra ya es pura ideología. El proceso coincide con la consolidación de su convicción de que la “ideología” sería siempre un atributo perteneciente a los demás. Dicha mistificación toma aquí la forma de un binarismo entre la ilustración y el retraso, la democracia y el populismo, el progreso y el chavismo. Aparentemente sin advertir que estos binarismos son la encarnación esencial de la ideología en nuestros tiempos, Vargas Llosa ya los utilizara para, como crítico normalizador, domesticar la obra de José María Arguedas en un estudio. Si se pudiera hablar de una verdadera incomodidad a estas alturas, ella sería la (no) relación de Vargas Llosa con el vasto mundo que la obra de Arguedas representa y significa, éste sí, un mundo de alguna exterioridad incapturable por la industria de los premios.

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